lunes, 19 de noviembre de 2012

UNA HISTORIA DE GENTE REAL


El día en que los maquis comprendieron que todo estaba ya perdido

Entre la invasión de cinco mil hombres en 1944 y el fracaso de una operación en Cuenca en 1949 se derrumbó la última esperanza comunista de darle la vuelta a su derrota en la Guerra Civil.


El 7 de noviembre de 1949 los maquis atacaron el campamento de Santa Cruz de Moya, en Cuenca. Lo habían preparado a conciencia, pudieron cercarlo a placer y disponían de una amplia superioridad numérica -y similar en armamento- respecto a la exigua compañía de guardias civiles que lo defendía. Pero al cabo de tres horas de combate todos los asaltantes yacían muertos, y sólo un miembro de la Benemérita tenía una herida leve. La profesionalidad del Cuerpo ante toda forma criminal quedaba cada mes mejor de manifiesto.

Fue el principio del fin, y también es el episodio que nos encontramos en las últimas páginas de El llanto de los montes (De Buena Tinta), donde Rafael de Llano Beneyto traza el más documentado y a la vez humano relato publicado últimamente sobre la invasión -y guerrilla posterior- de 1944, con la que los comunistas intentaron invertir el resultado de la Guerra Civil, o al menos suscitar una sublevación que eliminase a Franco aprovechando la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial.

El Maestrazgo, territorio ardiendo

Coronel médico retirado, profesor en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense y experto en sanidad militar, De Llano, natural de Valencia y conocedor al dedillo del Maestrazgo, ha estado durante años recopilando testimonios sobre la Agrupación Guerrillera de Levante (AGL), una de las diviones del maquis más operativa y duradera. Desde su juventud ha ido recopilando datos y opiniones de ex miembros de la AGL y de la Guardia Civil, de forma que de su relato -novelado, pero donde la novela es sólo un envoltorio para la historia pura- se desprende una visión cercana, humana y rigurosa de aquel complejo fenómeno.

No fueron complejos ni su naturaleza política ni sus resultados, bien claros: cinco mil hombres atravesaron la frontera pirenaica el 19 de octubre de 1944 por decisión del PCE (Jesús Monzón, Santiago Carrillo, Enrique Líster, Juan Guilloto alias Modesto o Dolores Ibárruri alias Pasionaria figuran entre los responsables) y dejaron un balance de 953 personas asesinadas, 845 secuestros, 538 sabotajes y 5.963 atracos, para acabar retirándose a partir de la desmoralización absoluta causada, entre otras, por la fallida operación conquense. Y, sobre todo, por la evidencia de que el pueblo español no estaba con ellos, sino contra ellos.

Gentes de carne y hueso

Pero sí fue compleja la composición humana del maquis, así como la forma de verles de sus principales adversarios -la Benemérita- y de la población. Es ahí donde El llanto de los montes destapa todas sus virtudes. Del Llano bosqueja un retrato muy completo de todas las motivaciones de unos hombres que, aun bajo dirección comunista, tenían procedencias diversas, en algunos casos coincidentes con las de los guardias civiles con los que peleaban. Y con la base testimonial citada, nos ofrece mil y una historias donde, a título personal, no hay buenos y malos, sino en ocasiones vecinos o familiares o amigos que prolongan en bandos opuestos el enfrentamiento que les había separado entre 1936 y 1939.

Además se sumerge en aspectos que los defensores de la versión propagandística frecuentan poco, como la existencia de infiltrados y desertores de la guerrilla que, por razones diferentes, colaboraron con la Guardia Civil para la desarticulación de las partidas. Aparte de la ambivalente figura del delator. O el choque de los maquis con somatenes campesinos que, si por un lado hacían a veces la vista gorda con los comunistas porque eran de su pueblo, en otras colaboraban con las fuerzas del orden al verse objeto de saqueos, robos u homicidios. O el duro panorama que esperaba entre los suyos a quienes abandonaban el maquis y querían reintegrarse a la vida normal como si nada hubiese pasado... y fue posible en unos casos, y en otros no.

Junto a la certera descripción de los enfrentamientos y su interesante logística, fruto del conocimiento personal de De Llano y los testigos de uno y otro bando, nos encontramos con el dramatismo de la peor parte de esta historia: la muerte. Crímenes donde, en ocasiones, se mezclan lo político con la venganza personal, o errores de identificación de personas o la tétrica forma en la que se decidían las víctimas.


En un tiempo en el que se disparaba primero y se preguntaba después, o cuando -como en toda lucha que no es al descubierto- la línea que separa al enemigo real del sospechado se diluye con facilidad, se sucedieron tragedias innecesarias que De Llano cuenta con verismo e imparcialidad. La práctica totalidad de los maquis que cita son nombres reales, y los que no, están disimulados porque algunos viven aún, o sus familiares más directos. Y, a diferencia de otros, no trata el autor de resucitar odios, sino de exponer las cosas tal cual fueron.

Lo cual incluye, por último, la sensación de abandono y desamparo de muchos guerrilleros respecto a los líderes comunistas que les dirigían desde muy lejos del teatro de operaciones: "Confiaron sus vidas a unos dirigentes que siempre se escondieron tras ellos", sintetiza el autor.

Todo el maquis en sus diferentes facetas está aquí: también la envenenada relación entre los distintos sectores de la izquierda, o la dinámica acción/reacción del régimen ante los asaltos de las partidas en la tarea de legitimarse ante el exterior, o el papel de la Iglesia, mucho menos destinataria de los ataques que bajo el Frente Popular. Y además, en forma de historias de personas cuyas motivaciones quedan, para bien o para mal, más claras. Entre otras cosas, porque algunos las han compartido con De Llano por primera vez en setenta años.